Personajes de nuestra historia que no caben en un billete

11:53 | No está mal rescatar ideas y personas del pasado. El problema es sacar a los personajes del contexto en que vivieron.

Escribo desde Nueva York, uno de los epicentros mundiales de la pandemia del Covid 19. Ayer murieron en este estado 100 personas pero estamos mejor que hace un mes, cuando murieron 1000 personas en un solo día.

En el marco de una crisis sanitaria y económica global y, mirado a la distancia, el debate argentino sobre quién debe aparecer en los billetes (próceres o animalitos) parece un poco surrealista, o incluso superficial, pero no hay que engañarse. El debate es real e importante.

Recuperar ideas históricas a través de sus protagonistas no es algo bueno o malo en sí mismo; el problema es sacar a los personajes de su contexto. Aunque se informa ahora que el presidente Alberto Fernández habría desechado la iniciativa de colocar a Ramón Carrillo junto a Cecilia Grierson en los billetes de $ 5000, la idea abrió nuevamente una discusión interesante e importante sobre cómo queremos representar, o incluso rescatar nuestro pasado, o nuestros ejemplos (o ejemplares) del pasado.

No es una discusión sin consecuencias y, en definitiva, es una polémica que corre el riesgo de volver a la idea binaria de dos Argentinas enfrentadas.

La primera sería la Argentina peronista. Un país con una historia que muchos abrazan y muchos otros rechazan. La segunda seria la Argentina anti-peronista, de la post-política y de la post-historia que quiere olvidar el pasado y despolitizar los billetes. Pero en realidad todo es parte de una discusión política sobre quiénes somos y cómo nos queremos pensar.

No es que no sea importante discutir si Juan Domingo Perón, o el encargado de sus políticas sanitarias, Ramón Carrillo, tuvieron en algún momento simpatías fascistas. Sin duda, las tuvieron.

Pero es necesario recordar que en su reformulación de lo que había representado el fascismo en clave democrática, Perón dejó el fascismo muy atrás para crear la primera democracia populista de América Latina y del mundo (en breve la seguirían otras en Brasil, Bolivia y Venezuela). El fascismo quedó bien atrás y el populismo, fue y es, una forma de pensar la democracia que combina tradiciones democráticas y autoritarias.

En términos sanitarios, la política populista clásica no tiene nada que ver con el fascismo. Por caso, personajes estelares del populismo actual como Donald Trump y Jair Bolsonaro, dejan de lado la tradición populista para abrazar las políticas fascistas de la enfermedad, que con su falta de planificación y prevención y con sus fantasías y xenofobias no tienen nada que ver con la tradición populista representada por Perón.

Tampoco tienen que ver con esta política de prevención los delirios y el negacionismo sobre la enfermedad que se está dando en países con marcos dictatoriales y ya no populistas como Venezuela y Nicaragua. En estos países, como también en dictaduras como Bielorrusia, Turkmenistán y Corea del Norte, se da una estrategia de control y de propaganda de gobiernos que se inscribe en el mundo de la desinformación totalitaria.

Este tipo de estrategias definen un autoritarismo que, en la práctica, fomenta la enfermedad y la muerte. Lejos está nuestra Argentina de estos casos y delirios, y como escribíamos con la viróloga Laura Palermo en este diario hace unas semanas, Argentina contrasta bien con Estados Unidos y es un ejemplo de prevención de la enfermedad.

En concreto, es evidente que la intención no era reflejar la relación entre fascismo y populismo, sino más bien plantear continuidades con el pasado en términos de políticas médicas y de prevención. Discutir el pasado en relación a nuestro presente es siempre importante pero los billetes quizás no sean la mejor plataforma para plantear el debate.

Lamentablemente, el debate como está planteado nos bifurca en dos y elimina la complejidad de nuestra historia que no es solamente la de San Martín, Eva Perón o las ballenas.

La idea de poner gente importante o históricamente famosa en los billetes es muy antigua. Es una idea que no requiere pensamiento sino más bien repite la idea de cantarle a la bandera cada mañana sin pensar nada.

O mejor dicho, la historia que presenta es la de un Estado (y unos políticos) que usan a la historia para reflejarse en un pasado dorado. Para justificarse. Inaugurada por Bartolomé Mitre en el siglo XIX esta idea vieja de la historiografía, presenta una historia mítica de héroes y villanos que reemplaza a la historia más concreta, que es la que experimentamos todos.

No es el país una contienda entre civilización o barbarie y nunca lo fue. Los animalitos, que parecen neutrales (¿quién puede estar en contra de ellos?) en realidad no lo son tanto pues representan la voluntad del olvido, que es tan problemática como la de celebrar el pasado en vez de pensarlo críticamente.

Somos personas y no solo somos topografía y fauna. No es necesario deshumanizar nuestros símbolos. El perro de Ulises, Rocinante o el caballo de San Martín son parte de una historia con gente. No es que yo tenga una solución para este debate (mi propuesta personal sería incluir a Mafalda, Libertad, la tortuga Manuelita, Funes el memorioso, el viejo Vizcacha u otras menciones alegóricas o metafóricas a temáticas de nuestra literatura, nuestra música, nuestro deporte) íconos que todos compartimos y que nos ayudan a pensarnos a través de nuestras pluralidades, acuerdos y diferencias.

Federico Finchelstein es historiador. Profesor de la New School for Social Research de Nueva York.

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