¿Mérito versus Igualdad?

20:42 | Una reflexión sobre el lugar y el reconocimiento de las mujeres en las carreras técnicas y científicas.
La profesora canadiense Despina Stratigakos enseña historia de la arquitectura en la Universidad de Buffalo (Estados Unidos) y es autora de un libro titulado ¿Dónde están las mujeres arquitectas? (Princeton, 2016). Allí expone su preocupación acerca de la escasísima cantidad de mujeres arquitectas que logran escalar a los lugares más relevantes de su profesión en todo el mundo.

A modo de ejemplo, la autora se detiene en el dato de quiénes han recibido el Premio Priztker. Este galardón global que se da anualmente, es el más importante de la profesión y se lo suele identificar como el Nobel de la arquitectura. De 1979 a 2004, se otorgaron 25 de estas distinciones, pero solo una de ellas fue recibida por una mujer y recién ese último año.

Se trataba de Zaha Hadid, una brillante arquitecta anglo-irakí, fallecida a los 55 años en 2016 y cuyo prestigioso estudio internacional se halla casualmente construyendo una torre en Buenos Aires. Luego de ella, dos mujeres más recibieron el Pritzker: Kazuyo Sejima (2010, junto con Ryue Nishizawa) y Carme Pigem (2017, conjuntamente con Ramón Vilalta y Rafael Aranda).

Solo tres mujeres frente a 44 varones (si la suma no le cierra a la lectora de esta nota, es porque dos de ellas lo ganaron en forma conjunta con colegas hombres, algo excepcional).
 

La autora señala que cuando se exponen estos números, surge habitualmente una reacción que se esfuerza en apuntar que el mérito es esencial en el ejercicio de la arquitectura y que lo realmente relevante no es el género, sino el talento, el cual debe ser lo único que determine el éxito profesional. Esta reacción no es exclusiva del mundo de la arquitectura, pues es equivalente a la que tiene lugar cuando se exponen estas desproporciones en cualquier otro ámbito, sobre todo si es profesional, donde el mérito juega un papel central al momento de premiar o contratar.

Sin embargo, concluye Stratigakos, esa reacción tan radicalmente favorable al mérito pasa por alto la existencia de una serie de factores estructurales que expulsan del conjunto de personas talentosas a las mujeres y no a los varones, llevando a la arquitectura a un nivel de menos sofisticación que el que sería seguramente posible si eso no sucediera.

En suma, somos todos los que nos perdemos de tener una mejor arquitectura porque hemos impedido el desarrollo de talentos.

Esto sucede como consecuencia de prácticas, climas, tradiciones y prejuicios, muchas veces incluso sin que medie la intención de producir ese resultado, que alimentan un sesgo que no permite a muchas personas brillantes crecer y mostrar el producto de su intelecto o de su trabajo.

Cuando se proponen medidas dirigidas a contrarrestar esos obstáculos estructurales, por ejemplo, pero no exclusivamente, políticas de trato preferente a grupos en situación de desventaja, como el de las mujeres, esa respuesta meritocrática aludida por la profesora canadiense es habitual.

Sin embargo, como ella misma sostiene, la alusión a un supuesto conflicto entre mérito e igualdad es una falacia, pues la aplicación del estándar del mérito bajo ciertas circunstancias como la que demuestra el caso de las arquitectas, implica que los ganadores pueden no ser los que más mérito tienen, sino aquellos que, además de ser sumamente talentosos no resultaron afectados por esos factores estructurales excluyentes.

Si queremos privilegiar el mérito, en suma, no lo estamos haciendo. Solo lo haremos cuando atendamos al problema de la desigualdad. Mérito e igualdad, lejos de estar en conflicto, se precisan mutuamente.

Ahora bien, ¿por qué no hay más arquitectas o ingenieras? En 2017, la UNESCO, FLACSO y Disney realizaron un estudio según el cual 9 de cada 10 niñas de entre los 6 y 8 años de las ciudades de San Pablo (Brasil), México y Buenos Aires, vinculaban a la profesión de la ingeniería con habilidades masculinas. Este dato resulta llamativo si consideramos que el 30% de los niños y las niñas de esa edad se consideran buenos para matemáticas, una disciplina asociada con aquellas profesiones.

Sin embargo, esa autopercepción cambia a medida que crecen. Consultados ahora a la edad de 9 y 10 años, el porcentaje cae a 20% entre los niños, y a un sorprendente 11% entre las niñas de esa edad.

La nueva percepción negativa que tienen estas últimas acerca de su relación con las matemáticas podría surgir del ambiente cercano en el que se desarrollan. Según el estudio mencionado, la mitad de los padres de la Ciudad de Buenos Aires cree que los niños poseen un mejor rendimiento que las niñas en tecnología e informática, y el 30% de los padres y madres piensa que los varones tienen mejor rendimiento en tecnología, mientras el 8% piensa eso acerca de las niñas.

Si estos números se combinan con el dato de que las carreras relacionadas con ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas son las más requeridas por el mercado laboral y se observa la poca presencia de mujeres en ellas, debemos concluir que el desarrollo sesgado de talentos no nos conduce a hacer abandonar el valor del mérito, sino a combinarlo con medidas que eviten la desigualdad que nos priva de una parte considerable de personas talentosas. No hacerlo, según Naciones Unidas, afecta negativamente la productividad y competitividad de los países, además de que es moralmente inaceptable.

*Profesor de Derechos Humanos y Derecho Constitucional (UBA y Palermo)

 

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