Las encuestas, o el arte adivinatorio

10:17 | De ahí que suela reprocharse a los partidos y sus medios afines la difusión selectiva de sondeos que les son favorables.
Las encuestas, dicen los analistas, son la razón principal de la nueva convocatoria de elecciones en España; las cuartas en cuatro años. Unas encuestas favorables al Partido Socialista (PSOE), que ostenta actualmente el gobierno en funciones y fue el más votado en las elecciones del pasado 28 de abril, habrían llevado a su presidente, Pedro Sánchez, a calcular que unas nuevas elecciones despejarán, definitivamente, el campo del multipartidismo, permitiéndole gobernar en solitario.

Según los críticos, las negociaciones con Unidas Podemos en los últimos cuatro meses para formar un gobierno, del que el partido a la izquierda del PSOE participara de una manera u otra, fueron conducidas con la suficiente tibieza por los socialistas para que ese hipotético gobierno progresista no saliera adelante.

Por otra parte, la negativa a abstenerse de Ciudadanos y Partido Popular para dejar al PSOE, en tanto partido más votado, gobernar en minoría habría culminado la tarea de abocar al país a nuevos comicios. Más allá de las particularidades de la situación política española, ésta no constituye un caso aislado y pone de manifiesto la creciente influencia que tienen las predicciones demoscópicas sobre los líderes políticos en las democracias representativas.

Cuentan los historiadores que, en la etapa tardía de la República romana, no era infrecuente que los miembros más influyentes de la clase política utilizaran los llamados auspicios para posponer asambleas, retrasar elecciones o vetar decisiones que no les beneficiaban.

Los auspicios eran practicados por augures o adivinos oficialmente designados. Consistían en una diversidad de prácticas, desde la observación del movimiento de las aves en el cielo (la cual da nombre a este arte, del latín avis y spicio, ‘mirar las aves’) hasta el examen del hígado de un ave sacrificada, pasando por la interpretación de fenómenos meteorológicos como los truenos. El augur interpretaba sus observaciones, bien como señal de aprobación de los dioses, o bien como señal de su inconformidad respecto de la decisión en cuestión. No se trataba de vaticinar el futuro, sino de saber si los dioses apoyaban una determinada iniciativa de los mortales y, por ende, las condiciones eran propicias para seguir adelante con ella.

Si bien es conocida su celebración ante acontecimientos mayores, como una declaración de guerra o el inicio de una batalla, el propio Cicerón, explica Howard Troxler, hace referencia velada al uso abusivo de los auspicios en asuntos más ordinarios de la política romana.

En principio, los augures realizaban sus observaciones al margen de interferencias políticas, de ahí su valor; pero no es difícil imaginar que, en la práctica, algunos de ellos fueran susceptibles de ser influidos por los representantes más poderosos de la República. Troxler sugiere que el uso cada vez más recurrente de los auspicios, junto a otro tipo de manipulaciones de la vida política romana, explican el declive del régimen republicano.

Huelga decir que la demoscopia, basada en la recopilación y análisis de las respuestas de un grupo representativo de la sociedad a preguntas formuladas de acuerdo con una metodología rigurosa con el fin de detectar tendencias de opinión, tiene unos fundamentos distintos a los auspicios romano. Puede argumentarse, sin embargo, que la liturgia es similar. Es posible que la expectativa que suscitan los sondeos hoy en día no sea muy distinta a la que generaban los auspicios en la opinión pública romana.

El efecto, asimismo, que pueden tener las encuestas sobre el voto de los ciudadanos quizá sea similar al que tenía un augurio en el ánimo y convicciones de los representantes políticos de la antigua Roma.

No es casual que la ciencia política contemporánea le dedique cientos de páginas al efecto de los sondeos. Se habla, en términos generales, del efecto arrastre o bandwagon y del efecto underdog o ‘del no favorito’. Si el primero se alimenta de nuestro comportamiento gregario y nos lleva a votar por el candidato que las encuestas dan por ganador; el segundo nos conduce a solidarizarnos con el candidato más desaventajado.

Hay quienes mantienen que ambos efectos llegan a cancelarse mutuamente. En todo caso, el efecto de los sondeos es mayor cuando las elecciones se anticipan muy reñidas. Depende también de la visibilidad que se les dé a los resultados. Cuanta más cobertura mediática reciba una encuesta, más conciencia de ella toman los ciudadanos y más puede incidir en su voto.

De ahí que suela reprocharse a los partidos y sus medios afines la difusión selectiva de sondeos que les son favorables.

Pendientes y dependientes de lo que manifiesta la ciudadanía a través de sondeos cada vez más frecuentes, los políticos actuales parecen olvidar su responsabilidad de formular propuestas políticas en función de los valores que defienden y lo que consideran mejor para la sociedad.

Desde luego, en democracia, los políticos deben ser sensibles a las reacciones de la ciudadanía a sus decisiones. Pero esto no equivale a abstenerse de tomarlas por temor a la respuesta que anticipan en la ciudadanía, ni a utilizar las encuestas para condicionar, subrepticiamente, a la opinión pública. Parte del trabajo del político es convencer con argumentos de que, lo que decide y ejecuta, lo hace por el bien de la mayoría.

La historia demuestra que la tendencia a fiar la iniciativa política a pronósticos realizados por terceros en función de observaciones ‘independientes’, y al efecto que éstos puedan tener sobre los ciudadanos, no es nueva. Conociendo el devenir de la República romana, cabe preguntarse por las consecuencias de sustituir el debate y la decisión política por este arte adivinatorio contemporáneo en que se están convirtiendo las encuestas.

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