Stanovnik: “Vivimos en una sociedad que genera adicciones”

10:22 | Para el Arzobispo de Corrientes, la responsabilidad del avance de las adicciones es de toda la sociedad, incluida las familias, el Estado y la Iglesia, y para contrarrestar esta problemática se necesitan de políticas contundentes. En diálogo con época, anunció la radicación de la Fazenda da Esperanza en el interior. También habló sobre Francisco y recomendó un año electoral de educación ciudadana.
Ar­gen­ti­na se ha con­ver­ti­do de un pa­ís de trán­si­to a un pa­ís de fa­bri­ca­ción y con­su­mo de dro­gas es un de­ba­te que ya tie­ne va­rios me­ses, y que se dis­pa­ró a par­tir de las ex­pre­sio­nes del pa­pa Fran­cis­co al res­pec­to.

¿Coin­ci­de con el Pa­pa en que la Ar­gen­ti­na es­tá ca­da vez más afec­ta­da por el nar­co­trá­fi­co y la so­cie­dad acu­cia­da por el fla­ge­lo de la dro­ga?
El pa­pa Fran­cis­co así lo per­ci­be y es una re­a­li­dad que va en au­men­to. Si el Pa­pa su­gie­re que es po­si­ble que ha­ya­mos de­ja­do de ser un pa­ís de trán­si­to, aún cuan­do no lo afir­ma si­no que lo plan­tea co­mo pro­ba­ble, es por­que tie­ne in­for­ma­ción. Es una si­tua­ción muy gra­ve y exi­ge po­lí­ti­cas muy cla­ras y con­tun­den­tes pa­ra con­tra­rres­tar es­to. Si aún sa­bien­do que va en au­men­to, no se to­ma en cuen­ta, va en de­tri­men­to del bie­nes­tar de la po­bla­ción.

¿Tam­bién per­ci­be que las adic­cio­nes van cre­cien­do en nues­tra re­gión?
Cier­ta­men­te. Hay más per­so­nas que ca­en en adic­cio­nes. No só­lo res­pec­to de sus­tan­cias, si­no de to­do ti­po. El jue­go, sin ir más le­jos, es un ti­po de adic­ción pa­ra el cual no hay mu­cha res­pues­ta pa­ra ser aten­di­do. Otra co­sa que avan­za es la adic­ción a la tec­no­lo­gí­a, al ce­lu­lar, a la pan­ta­lli­ta. Son co­sas que nos do­mi­nan, y que no de­jan li­ber­tad pa­ra des­pren­der­se. Nos vuel­ven ton­tos.

Ade­más de las ad­ver­ten­cias que par­ten de la Igle­sia y la ta­rea de pre­ven­ción de las pas­to­ra­les de adic­cio­nes, ¿hay otras ini­cia­ti­vas con­cre­tas?
La pro­pues­ta de la ra­di­ca­ción de la Fa­zen­da da Es­pe­ran­za en Co­rrien­tes es­tá en­ca­mi­na­da. De­ci­die­ron ins­ta­lar­se en la pro­vin­cia. No hay una fe­cha con­cre­ta pa­ra co­men­zar a fun­cio­nar pe­ro ya eli­gie­ron los lu­ga­res y ha­brá un cen­tro de re­ha­bi­li­ta­ción de adic­cio­nes pa­ra mu­je­res y otro pa­ra va­ro­nes. Va a es­tar uno en San­ta Lu­cía y otro en Mer­ce­des. De las hec­tá­re­as que ha­bía dis­po­ni­bles, eli­gie­ron esas, por es­tar ubi­ca­das so­bre ru­tas prin­ci­pa­les y tam­bién cer­ca­nas una de la otra, ya que tra­ba­ja­rán vin­cu­la­das. Ade­más, de­bí­an ser tie­rras pro­duc­ti­vas, pa­ra que las per­so­nas pue­dan tra­ba­jar en ellas. Nos reu­ni­mos los tres obis­pos, (Mon­se­ñor Ri­car­do Fai­fer de Go­ya, y Mon­se­ñor Hu­go San­tia­go, de San­to To­mé), y ana­li­za­mos las al­ter­na­ti­vas jun­to a los re­fe­ren­tes de la Fa­zen­da. Ellos es­co­gie­ron esos lu­ga­res pa­ra ins­ta­lar los cen­tros de re­cu­pe­ra­ción.

¿Có­mo fun­cio­na esa ex­pe­rien­cia?
Se tra­ta de una or­ga­ni­za­ción in­ter­na­cio­nal, vin­cu­la­da a la Igle­sia, pe­ro in­de­pen­dien­te ins­ti­tu­cio­nal­men­te. Ten­drá re­la­ción con la dió­ce­sis más cer­ca­na, que es la de Go­ya, pe­ro son miem­bros de la ins­ti­tu­ción quie­nes lle­gan pa­ra po­ner en fun­cio­na­mien­to ca­da cen­tro. Es una ex­pe­rien­cia que na­ció en los años 70, en Gua­ra­tin­gue­tá (Bra­sil), cer­ca de la ciu­dad de Apa­re­ci­da, en­tre Sao Pa­blo y Río de Ja­nei­ro. Allí, un sa­cer­do­te fran­cis­ca­no lla­ma­do Hans se en­con­tró con chi­cos que es­ta­ban en la ca­lle, sin ha­cer na­da, y al­gu­nos ya ha­bí­an ca­í­do en las dro­gas. Co­men­za­ron a reu­nir­se y a ver có­mo sa­lir. Pa­ra eso ne­ce­si­ta­ron de un lu­gar, una ca­sa, y una téc­ni­ca. La ex­pe­rien­cia co­men­zó a cre­cer, y lue­go a ex­pan­dir­se. Quie­nes la lle­van ade­lan­te son los mis­mos re­cu­pe­ra­dos que se sien­tes con vo­ca­ción de ayu­dar a sus her­ma­nos y abren otras fa­zen­das. No se ex­pan­de si no hay re­cu­pe­ra­dos.

¿En qué con­sis­te esa téc­ni­ca?
Hay que te­ner en cuen­ta que fue un fran­cis­ca­no quien la im­pul­só. En­ton­ces, pro­po­ne lo que él co­no­ce y vi­ve. Un fran­cis­ca­no vi­ve en co­mu­ni­dad, re­za en co­mu­ni­dad y tra­ba­ja en co­mu­ni­dad. So­bre esos tres pi­la­res se apo­ya la fa­zen­da: com­pro­mi­so co­mu­ni­ta­rio, ora­ción y tra­ba­jo.
Quie­nes for­man par­te de es­tas co­mu­ni­da­des, com­par­ten la co­mi­da, la lim­pie­za y la re­cre­a­ción. En co­mu­ni­dad pro­gra­man ta­re­as y asu­man res­pon­sa­bi­li­da­des. Su­man la ora­ción, pa­ra abrir el co­ra­zón des­de la ex­pe­rien­cia cris­tia­na a Je­sús. Él ven­ció la muer­te, por con­si­guien­te, to­das las adic­cio­nes. Y el tra­ba­jo es lo que dig­ni­fi­ca la vi­da. Es­tas tres co­sas son las que re­cu­pe­ran, la per­so­na le en­cuen­tra de nue­vo gus­to a la vi­da. Por­que el adic­to le per­dió el sen­ti­do a la vi­da. Tra­ta de ol­vi­dar, no de vi­vir. Y con la di­men­sión co­mu­ni­ta­ria no se es­tá so­lo.

¿Le pa­re­ce que se­rán ini­cia­ti­vas su­fi­cien­tes?
Las re­cu­pe­ra­cio­nes lle­van se­ma­nas y me­ses. El mis­mo gru­po eva­lúa a sus miem­bros. Pa­ra no cre­ar ex­pec­ta­ti­vas irre­a­les, la pro­pues­ta de la fa­zen­da es una go­ta en un océ­a­no. No al­can­za­rá pa­ra re­cu­pe­rar a to­dos los chi­cos. Pe­ro es im­por­tan­te por­que se­rá im­ple­men­tar es­tra­te­gias pa­ra la re­cu­pe­ra­ción de al­gu­nos de esos chi­cos que lo ne­ce­si­tan.

¿Ha vis­to otras pro­pues­tas si­mi­la­res que le pa­rez­can dig­nas de imi­tar pa­ra la re­cu­pe­ra­ción de per­so­nas que pa­de­cen adic­cio­nes?
No ha­ce mu­cho leí so­bre la Dió­ce­sis de San Isi­dro (Bue­nos Ai­res), don­de ini­cia­ron una ex­pe­rien­cia nue­va que lla­man cen­tros ba­rria­les. Es una ac­ción con­jun­ta en­tre va­rias ins­ti­tu­cio­nes, en­tre ellas la Igle­sia. En esos cen­tros van a ha­cer fren­te a dis­tin­tas pro­ble­má­ti­cas so­cia­les. Es muy in­te­re­san­te y tam­bién más abar­ca­ti­va.

Us­ted siem­pre ins­ta a re­fle­xio­nar so­bre el te­ma. ¿A qué se re­fie­re?
Hay que pre­gun­tar­se si es­ta­mos tra­tan­do de ata­car el sín­to­ma só­lo por­que ve­mos que es gra­ve o si tam­bién po­de­mos ha­cer­nos pre­gun­tas so­bre las cau­sas.

¿Qué cau­sa tan­ta adic­ción? ¿Por qué hay tan­tos chi­cos que ca­en en la dro­ga? Ellos no son los res­pon­sa­bles, son una víc­ti­ma. Hay al­go que lo lle­va a eso. Te­ne­mos una so­cie­dad que ge­ne­ra adic­cio­nes. Que ge­ne­ra adic­tos. ¿Por qué?
Uno de los ini­cios pue­de es­tar en el ma­tri­mo­nio, en la fa­mi­lia. Se­gu­ra­men­te ahí no hay con­ten­ción su­fi­cien­te. Pe­ro la pro­ble­má­ti­ca su­pe­ra es­te ám­bi­to. Y al­can­za a la so­cie­dad, eso in­clu­ye a to­das las ins­ti­tu­cio­nes: las igle­sias, pe­ro em­pe­zan­do por el Es­ta­do, que tie­ne la res­pon­sa­bi­li­dad del bien co­mún.

¿Qué ten­drí­an que pre­gun­tar­se quie­nes for­man par­te del Es­ta­do?
El Go­bier­no es res­pon­sa­ble de la edu­ca­ción, no só­lo de la edu­ca­ción for­mal y de que ha­ya es­cue­las. Edu­ca de mu­chas ma­ne­ras. Por ejem­plo per­mi­tien­do que ha­ya fes­ti­va­les con con­jun­tos mu­si­ca­les de los cua­les na­die se ocu­pa de ver qué ti­po de le­tra y mú­si­ca eje­cu­tan. Y en esos es­pa­cios tam­bién se es­tá edu­can­do. ¿Qué pa­sa con la edu­ca­ción, pro­te­ge a las fa­mi­lias? Es al­go que pue­de pre­gun­tar­se. ¿Es­ta­mos dan­do bue­nos ejem­plos? Si to­do el mun­do sa­be que hay mu­cha co­rrup­ción, los chi­cos apren­den que se pue­de.

¿Qué pa­sa en un año elec­to­ral con esos men­sa­jes?
Ade­más de ser un mo­men­to de ele­gir can­di­da­tos y des­pués po­ner el vo­to, no se re­du­ce to­do a una ur­na. Es un año in­ten­so de edu­ca­ción cí­vi­ca. Lo que se di­ga, la ma­ne­ra de re­la­cio­nar­se con los can­di­da­tos, si se mien­te o se di­ce la ver­dad, son to­dos men­sa­jes pa­ra la po­bla­ción.

El pa­pa Fran­cis­co ex­pre­só ha­ber­se sen­ti­do usa­do por los po­lí­ti­cos. Aho­ra que va a es­tar muy cer­ca de Co­rrien­tes. ¿Le pa­re­ce que se­rá una bue­na opor­tu­ni­dad ver­lo pa­ra quie­nes vi­ven aquí?
Des­de la Igle­sia no va­mos a or­ga­ni­zar na­da. Vie­ne a Pa­ra­guay y no co­rres­pon­de ha­cer una in­va­sión de ar­gen­ti­nos. A lo su­mo se ana­li­za un po­si­ble via­je con la ima­gen de la Vir­gen de Ita­tí has­ta Caá Cu­pé. Re­cién el año pró­xi­mo es­ta­rá en Ar­gen­ti­na y to­da­vía en las con­fe­ren­cias de obis­pos no se ha­bla del te­ma. Aun­que no se des­car­ta que pue­da vi­si­tar Co­rrien­tes, lo cier­to es que Juan Pa­blo II ya es­tu­vo en es­ta ciu­dad y qui­zás se eli­ja al­gu­na otra ciu­dad del NEA pa­ra pro­po­ner su vi­si­ta.

Vol­vien­do a las adic­cio­nes, ¿no se ge­ne­ra tam­bién cier­to fa­na­tis­mo den­tro de ám­bi­tos ecle­siás­ti­cos?
En­ten­de­mos co­mo adic­ción cuan­do uno se adhie­re a una co­sa y esa co­sa ter­mi­na do­mi­nán­do­lo. Con una sus­tan­cia por ejem­plo, don­de uno no pue­de es­ta­ble­cer esa re­la­ción con li­ber­tad.
Las úni­cas re­la­cio­nes que li­be­ran son las per­so­na­les, si se vi­ven bien. No es así cuan­do la otra per­so­na tie­ne que ser co­mo yo quie­ro, eso se ha­ce un in­fier­no, don­de se ha­ce un mu­ñe­co del otro.
La pre­sen­cia de Dios en la vi­da de la per­so­na la ha­ce más li­bre. Si no lo hi­cie­ra más li­bre, es un ído­lo el que se cre­a, un dios a su me­di­da, una pro­yec­ción de sí mis­mo.
Una re­la­ción que no pro­du­ce adic­ción es la que tie­ne el ser hu­ma­no con su Cre­a­dor.



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